Dos mil trasplantes de progenitores hematopoyéticos
EN EL HOSPITAL DE LA PRINCESA
El pasado 14 de febrero el Servicio de Hematología del Hospital Universitario de La Princesa celebró los 2000 trasplantes de progenitores hematopoyéticos. Lea el artículo del Dr. Antonio García, exjefe del Servicio de Farmacología Clínica de este hospital y paciente de trasplante:
El pasado día de San Valentín, el Servicio de Hematología se vistió de fiesta para celebrar por todo lo alto los 2000 trasplantes de progenitores hematopoyéticos. Calculé que éramos más de 500 los asistentes al estupendo acto conmemorativo, en un gran salón del Hotel Eurobuilding. El acto tuvo como protagonistas a excelentes profesionales del mundo de los trasplantes: el doctor José María Fernández-Rañada, fundador del Servicio de Hematología; el doctor Rafael Matesanz, expresidente de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT); el doctor Jorge Gayoso, responsable técnico del Plan Nacional de Médula Ósea; el doctor Carlos Solano, Hospital Clínico de Valencia, presidente del Grupo Español de Trasplantes Hematopoyéticos (GETH); el doctor Enric Carreras, director del Registro Español de Donantes de Médula Ósea (REDMO). Cerró el acto el Consejero de Sanidad doctor Enrique Ruiz-Escudero.
Con unas breves y sentidas palabras, presentó el acto el doctor Adrián Alegre, jefe del Servicio, al que siguieron otras 15 intervenciones. Creo que la más interesante estuvieron a cargo de 6 pacientes, cuyos testimonios optimistas nos hicieron sonreír y emocionarnos. En su testimonio, el periodista Vicente Zabala, que había sobrevivido 25 años a su trasplante, resumió sus vivencias con una bonita frase: “la gratitud es la justicia del corazón”. Otra paciente, Nieves Cuenca, que coordina la Fundación Leucemia y Linfoma, que creara el doctor Fernández Rañada, resaltó la situación anímica en que se encuentra un paciente trasplantado, con una cita del japonés Haruki Murakami: “cuando salgas de la tormenta ya no serás la misma persona”. Me sorprendió la confluencia de pareceres de los pacientes en torno a la figura de la profesora Ángela Figuera que yo resumo así: con su buen hacer médico, su dedicación, y su clara sonrisa, la doctora Figuera (o Yela, como se la conoce en La Princesa) ofrece a sus pacientes una tabla de salvación y de esperanza.
Asistí con curiosidad al acto de celebración de los 2000 trasplantes de progenitores hematopoyéticos por dos razones: una porque me siento muy vinculado al Hospital Universitario de La Princesa, en el que trabajé 20 años en el área de la farmacología Clínica; la otra, porque gracias al abordaje rigurosamente científico y altamente profesional de las leucemias, que se hace en el Servicio de Hematología de esta Casa, he sobrevivido 15 años al autotrasplante de células progenitoras hematopoyéticas que se me practicó hace 15 años.
Pero hay un aspecto adicional, quizás tan importante como la práctica del oficio de médico basado en la ciencia, y es la atención al paciente como persona. En esto los médicos y las enfermeras del Servicio de Hematología son maestros. Cuando en las semanas iniciales de mi leucemia me encontraba en la habitación de aislamiento 603, recuerdo el bien que me hacía la visita de la doctora Figuera o del doctor Juan Luis Steegmann. Juan Luis se sentaba en una silla y, sin prisa, me hablaba de los nuevos tratamientos y de los ensayos clínicos con nuevos fármacos en los que participaba. Juan Luis siguió “vigilando mi enfermedad” desde entonces; por si acaso.
Recuerdo que cuando recibí los primeros ciclos de quimioterapia, Yela vino a la habitación a comunicarme con explosiva alegría que las células blásticas estaban disminuyendo vertiginosamente en mi sangre. En el transcurso de los agresivos procedimientos previos al trasplante, que me practicó el doctor Adrián Alegre el 28 de mayo de 2004, la irradiación corporal total, la quimioterapia más agresiva para intentar suprimir hasta la última célula cancerosa, la nutrición parenteral, las infecciones, las náuseas o la mucositis orofaringea, confesaba a Yela que tiraba la toalla, pues creía que no podría superar todo aquel cúmulo de fracasos orgánicos. Pero estaba allí para infundirme ánimos y recordarme, como lo hizo el doctor Fernández-Rañada el primer día de mi reclusión en la habitación 603, que ese camino tortuoso había que pasarlo pero que, en su experiencia con mi tipo de leucemia linfoblástica aguda, la curación era posible y previsible. Parecía como si Yela se hubiera tomado como cosa suya vencer a mi enfermedad. Imagino que no sería solo la mía, sino la de todos sus pacientes, como atestiguaron los 6 pacientes que contaron su experiencia en el soberbio acto del Eurobuilding el pasado 14 de febrero. Durante mis numerosas estancias en la planta sexta del Servicio de Hematología Yela fue para mí como un ángel protector. Nunca olvidaré su abierta sonrisa cuando venía a la habitación 603 con buenas noticias. Como homenaje a Yela y a todos los profesionales de La Princesa, me permito recoger aquí una estupenda poesía de su tía, la poetisa Ángela Figuera, titulada “Cuando nace un hombre”:
Cuando nace un hombre
siempre es amanecer, aunque en la alcoba
la noche pinte negros cristales.
Cuando nace un hombre
hay un olor a pan recién cocido
por los pasillos de la casa;
en las paredes, los paisajes
huelen a mar y a hierba fresca
y los abuelos del retrato
vuelven la cara y se sonríen.
Cuando nace un hombre
florecen rosas imprevistas
en el jarrón de la consola
y aquellos pájaros bordados
en los cojines de las salas
silban y cantan como locos.
Cuando nace un hombre
todos los muertos de su sangre
llegan a verle y se comprueban
en el contorno de su boca.
Cuando nace un hombre
hay una estrella detenida
al mismo borde del tejado
y en un lejano monte o risco
brota un hilillo de agua nueva.
Cuando nace un hombre
todas las madres de este mundo
sienten calor en su regazo
y hasta los labios de las vírgenes
llega un sabor a miel y a beso.
Cuando nace un hombre
de los varones brotan chispas,
los viejos ponen ojos graves
y los muchachos atestiguan
el fuego alegre de sus venas.
Cuando nace un hombre
todos tenemos un hermano.
Pero si la poesía es emocionante, más aún son los comentarios que Yela hace acerca de su tía y su poesía, en el II volumen del Recetario Poético de los Estudiantes de Medicina de la UAM:
Mi tía Ángela era una mujer muy inteligente, extraordinariamente sensible y culta. Tras el horror de la guerra, siendo consciente de la suerte de que todos ellos sobrevivieron, prefirió no exilarse, y vivir en la grisura de la España de la posguerra para disfrutar de su intimidad familiar, del amor por su marido Julio, de ver crecer a su hijo Juan Ramón, cuidar de sus hermanos pequeños y enseñar en diversos institutos de provincias, disfrutando de la paz y la belleza del campo, sobre todo en Soria, donde escribió hermosísimos poemas que conmueven por la manera de destacar la hondura de sentimientos que conlleva una vida sencilla, si se aprecia y disfruta como ella supo hacer.
Para mí, es uno de los cantos más bellos y profundos que he leído nunca a la maternidad y el milagro de producir una nueva vida.
Yo, que llevo su mismo nombre, Ángela, y que he dado a luz a dos hijas, reconozco con asombro ese sentimiento que sentí en todo mi cuerpo, el aire, la luz, los objetos, los sonidos… esa misma alegría universal que ilumina todo lo que te rodea cuando ves en tu regazo el rostro de tu pequeño hijo.
No se puede expresar mejor, con más sentimiento y veracidad esa explosión de vida.
Antonio García García
Catedrático emérito de Farmacología UAM
Presidente de la Fundación Teófilo Hernando